De nuevo la tasa de crecimiento mensual del IPC dio un valor bajo, 1,6 por ciento en junio se informó el lunes. Debido a las vicisitudes del dólar se le prestó poca atención, pero conviene plantear aspectos sobre cómo evaluarla porque no faltará oportunidad para que hablen los incrédulos.
Primero algo ya repetido: el IPC muestra qué le pasa al promedio de los precios de los bienes representativos del consumo del consumidor urbano. Como nadie es el promedio no hay por qué esperar que el IPC refleje el consumo propio. Pero los promedios ayudan a tener ideas generales, no son inexactos o malos aunque se deben conocer sus límites.
Eso tiene que ver con una extendida incomodidad ante los datos de inflación comparados con la situación personal que pasa por alto que el IPC es distinto que el costo de vida. El primero mide el gasto en un conjunto fijo de bienes, el segundo cuánto cuesta un estilo de vida y es más cercano a cómo se intenta mantener un perfil de consumidor. Parece más realista pero como introduce cambios en las cantidades y bienes cuando las personas modifican su gasto al intentar mantener su bienestar entonces no permite comparar estrictamente qué pasó con los precios. Miden fenómenos diferentes y es un error evaluar la veracidad del IPC a partir de los esfuerzos por vivir como uno quisiera y no como puede.
Argentina salió del podio de los países con más inflación del mundoLos jubilados muestran un ejemplo importante de esta diferencia. Desde mayo de 2024 sus haberes se actualizan por variación del IPC, de modo que no pierden poder adquisitivo y comparando con 2023 crecieron en términos reales. Pero el consumo del jubilado podría ser bastante diferente del promedio. Para las políticas públicas tal vez fuera útil calcular un ICV de pasivos y mirarlo más que al IPC.
Hay más para percepciones y confusiones. Una queja usual es que el dinero alcanza cada vez para menos, pero el salario real en 2025, hasta mayo, cayó en el sector privado registrado aunque está como en noviembre 2023, no peor, subió poco en el sector público y más en el no registrado. Y según el Indec, Cámaras y consultoras, hubo suba interanual real en ventas en supermercados y centros de compra (datos de mayo) y el consumo de los hogares sería en este primer semestre 45 por ciento superior al de 2024. Pero los impulsores fueron los bienes durables y hubo búsqueda de segundas marcas en otros rubros. Mucha heterogeneidad. Como en los sectores productivos, donde en total hay crecimiento pero algunos caen, con los ingresos y el consumo es igual.
Otra explicación son los errores de concepto y ubicación. Las tarifas de los servicios públicos aumentaron más que el promedio de precios, por lo tanto para consumir la misma electricidad, gas o transporte que antes hay que comprar menos de otros bienes y servicios. Para describir tal fenómeno se habla de reducción del ingreso disponible pero no es correcto. El ingreso disponible es el que queda después de los impuestos y ese monto se asigna entre bienes y servicios públicos y privados. Que además haya impuestos en los precios complica los cálculos de cuentas nacionales pero no la decisión de consumo.
Así, hay un error en tratar como iguales a servicios públicos e impuestos, en considerar que es obligatorio consumirlos. Pues no. Es una obligación pagarlos si se los consume, como lo es abonar el precio del pan o de las zapatillas comprados. Pero son un consumo más y con ellos debe actuarse como con cualquier bien. Si sube la tarifa de la energía eléctrica consumir menos, apagando el televisor cuando se va al almacén, poniendo burletes en las ventanas o comprando aparatos de bajo consumo, así como si sube el precio de la gaseosa se puede beber agua y si se quiere seguir igual comprar menos de otros bienes. Se dirá que tales servicios son parte de las condiciones de vida moderna. Y sí, pero vale para todo. Antes lo “moderno” no incluía celulares o internet, mucho antes televisión o radio o más atrás ni máquinas de escribir. Y todo cuesta. ¿De dónde salió la idea de que deberían ser casi gratis?
Del populismo. Durante el kirchnerismo, sobre todo por su efecto electoral en el conurbano bonaerense, por transporte, gas y electricidad el usuario pagaba mucho menos que su costo. Por ejemplo, cuando Mauricio Macri asumió la presidencia de la Nación la tarifa de electricidad cubría un once por ciento de su costo. Las reacomodó, se volvieron a planchar durante Alberto Fernández y al asumir Javier Milei cubrían el 40 por ciento del costo.
Algunos resultados: menor inversión; cobertura de costos mediante subsidios que significaban, en un contexto de Estado elefantiásico, emisión de dinero y por lo tanto inflación; por dicha inflación, cargar el peso del servicio a los sectores que pagaban tarifas más acordes a los costos; mala asignación de recursos, como ocurría en Buenos Aires al preferirse calentar los edificios con electricidad en vez de gas; y un nivel de consumo artificial en aquello que no era servicios subsidiados, por “sobrante” de dinero.
Impuesto a las Ganancias y Monotributo: nuevos topes y cuotas tras la inflación del 15,1%Por eso las quejas actuales. Muchos llevaron un nivel de vida superior al acorde a su productividad y ahora hay ajuste a la realidad. Aunque no guste, los mejores ingresos no vendrán por manipular precios sino por mayores sueldos gracias a inversiones que aumenten productividad, que requieren estabilidad y confianza.
Parte de la molestia al comparar datos oficiales con la vida personal surge de no entender que las cifras describen fenómenos distintos. Que la inflación sea menor y aun así haya disconformidad no es por números mentirosos sino por heterogeneidad, ignorancia o fantasía. No habrá chances de evolución si en la comparación se añora un pasado que se cree que fue mejor y al mismo tiempo superador del presente cuando en realidad fue la causa de los problemas y sacrificios actuales.